miércoles, 20 de febrero de 2008

Las 8:00 del día del sueño y lo que aprendí

Hubo un tiempo en el que todo se perdió entre bostezos y mareos. Por fin podía dormir.
Y dormí, a ratos, interrumpida por una que otra obligación o el teléfono que justo aquel día se convertía en el despertador oficial del tan deseado "día del sueño", a lo más se que no recuerdo que dije en cada una de aquellas llamadas pero acorde al tiempo pasaba el cansacio se hacía cada vez más agobiante hasta el punto de dudar seriamente si sería lo más sano salir de la casa. Y salí igual. Entre lagañas y las ganas de dormirse en cualquier parte.
Si la ida fue tambaleante, el regreso fue toda una proeza porque sentía que las piernas y cuello se convertían en piedra mientras la débil luz de la noche se convertía en la luz más cegadora que debo haber visto en mucho tiempo. De no haber estado bien acompañada no habría llegado, porque en el camino boté mucho de lo que me convertía en piedra, aún así se hacía difícil controlar los pedales.
Y llegué, a dormir... mientras tiernamente me cuidaban el sueño.
El día siguiente fue menos lúcido que el anterior, dormía menos pero el desenfoque no ayudaba mucho a mejorar las cosas, sólo veía borroso y colores, mientras me afirmaban fuertemente la mano para no perderme en aquel inestable torbellino de colores en el que se convertía mi pieza.
El " día del sueño" pasó sin mayor registro que lo alguna vez comentado en un blog y el turbio recuerdo de un par de días en que todo se borró para aprender que es preferible estar lúcida durante un mal rato que pasar unas pésimas vacaciones en las neblinas del sueño.

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