miércoles, 9 de abril de 2008

9.15 pm del viernes

La butaca aún estaba tibia. El olor a humedad era intenso y por una cuestion de azar me senté en quizás la única butaca que había sido ocupada durante la función anterior, es que el cine no tenía la mejor de las reputaciones. Hace unas semanas encontraron al tipo gordo moribundo a la vuelta de la esquina, lo asaltaron para robar lo que creían "su maleta" que en realidad era una lonchera gris donde guardaba las provisiones para la larga noche. Me caía bien el tipo, lo veía siempre al otro extremo de la sala desenvolviendo cuidadosamente unas tablitas de chocolate para doblar el papel y guardarlo en su lonchera, a lo más lo saludaba con un gesto similar a una sonrisa. Nunca me atreví a hablarle a pesar de que teníamos la misma obsesión : ella.
Todos los viernes a las 9.15 su sonrisa lograba que todos mis sistemas se aceleraran, podía sentir desde la pantalla el dulce aroma de su cabello mientras ella seguía indiferente a los estragos que causaba.
Unos viernes era la mujer fatal que se ganaba la cordura de cientos de hombres, otros simplemente aparecia como sirvienta un par de minutos, también fue la heroína que salvó a tres niñitos africanos o que mató al villano con un par de movimientos tan suaves como cuando sus pestañas aletean al pestañar.
Soy un tipo promedio, no destaco mucho en mi curso, salgo a veces con mis amigos, y salvo matar un par de moscas una vez nunca he hecho algo que me haga pensar que tengo algún transtorno de cualquier tipo. Simplemente la adoro.
Ella manejaba un pequeño auto gris rumbo a Paris en los primeros 20 minutos de película cuando el crujir de las cabritas me distrajo, informandome de que ya no estaba solo en la sala. No me atreví a mirarla, me sentí cohibido. Como si supiera mi secreto, cuan valioso era para mi en aquel momento mirar la pantalla, porque apenas noto que me distrajo dejó las cabritas a un lado y se recostó cómodamente en la butaca.
A pesar de la incomodidad por la presencia de aquella extraña mis ojos seguían interesados la proyección de lo que ahora era la entrada de una ciudad, ella se bajaba del auto para preguntar por una mujer de abrigo rosado, el dueño de la tienda la había visto, le dio un par de indicaciones ella volvía al auto no sin echar durante un descuido del vendedor un par de chocolates en su bolsillo. Ooojrh, ronquido. La extraña de al lado estaba dormida. Su cara me recordaba a las protagonistas de películas en blanco y negro, de piel pálida, labios carnosos y una bufanda burdeo similar al color de sus labios. Repentinamente despertó y se quedó mirándome.
¿Te pasa algo? - pregunté, no quería parecer descortés, de hecho me importaba lo que aquella mujer pensara.
Tengo frío, dame tu mano - contestó, para cuando lo noté tenía su frente pegada a mi mejilla, respiraba lento y se enroscaba en mi brazo. Siempre te veo, nunca me atrevía a hablarte - esa respuesta nunca me la esperé, mis mejillas se volvieron rojo tomate. Poco a poco sentía que me agitaba, algo raro sentía por esta mujer, tanto como para saber que no estaba loca por estar abrazando a un extraño o tal vez yo era el loco por aguantar que tomara mi mano. Vimos juntos la película, sin sonido alguno más que el de nuestras respiraciones que cada vez estaban más cerca.
La película terminaba con la protagonista llegando a la Torre Eiffel, donde se reencontraría con su madre. Ya no era tan atractiva, no como la mujer que tenía a mi lado. Estaba impaciente porque acabaran los créditos, la invitaria a tomar un café y quizás planear una próxima cita. Necesitaba descubrir el porqué de aquella extraña cercanía. Pero antes de que cualquier palabra saliera de mi boca, ella me besó y prometió que algún día me llevaría a Paris. En la oscuridad de la sala desapareció, y yo me quedé esperando que me volviera a tomar del brazo.
Salí de la sala sin saber bien que hacer, pensando en lo que tal vez había hecho mal o buscando en sus recuerdos aquella inexistente parte en la que ella le decía donde se volverían a ver. Aún mi corazón estaba agitado, pero ya más por tristeza que por cualquier otro sentimiento cuando volví a la sala a buscar el bolso que se me había quedado y ahí la vi, a la tipa de la bufanda burdeo, manejando aquel auto gris rumbo a Paris.


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Para mi gato Joe

4 comentarios:

Anónimo dijo...

escribes bien mujer, me gusto :)
saluditos
David

Anónimo dijo...

real pero realmente tus letras se dejan deslizar con tanta suavidad que uno parece estar volando en el cielo .. maca me sorprende.. lo bien estructurado que escribes.. , lo suave e intensas que pueden llegar a ser tus palabras, cuentos o historias.. que nacen de tu corazón..

PD: me pareció haber leído un pequeño párrafo de Julito Cortázar..

Enrique

Unknown dijo...

Lo sorprendente no es lo bien que escribes...lo sorprendente es lo fresco de cada párrafo, verso y palabra...todo a su medida...

Maco...me gustan tus historias...odio leer...pero saco tiempo para leer las tuyas así como tu lees mis estupideces y mis charlas sin sentido...y no eres desocupada...inviertes tu tiempo en algo que quizá algún día todos quieran leer.

Un abrazo desde la distancia...

Darki

Álvaro Castro Sebastián dijo...

Siempre me han gustado tus cuentos porque intrínseicamente tienen una atmósfera súper europea, y son super sensoriales.
Chao macoreno herminio